DESANDAR EL CAMINO


Daniel miro el móvil, 25 de diciembre, le gustaría arrancar esa fecha, como se arranca la hoja de un calendario de aquellos de papel que siempre había encima de la chimenea de su casa, en aquel pueblo entre montañas, en el que en Navidad siempre hacia frio, siempre cubierto de nieve, tanta que la carretera quedaba cortada durante varios días, aislándolos del mundo. En aquel entonces las horas se presentaban perezosas junto a esa chimenea en la que asaban castañas, jugaban al parchís y contaban cuentos.

Mientras la cocina se inundaba del olor de los pollos asados, no había dinero para pavo, cordero o besugo, pero esos pollos criados en el corral eran un festín, primero ninguno de los niños quería comerlos por la pena de haber convivido meses con ellos, pero en cuanto el olor a asado entraba por la nariz, el hambre ganaba sobre la compasión.

La alacena desprendía el aroma de polvorones recién hechos que engullían con un gran vaso de leche caliente al atardecer, cuando volvían con los pies mojados de recorrer las calles tocando las panderetas, rascando con una cuchara una botella de anís y desgañitando villancicos.

Tantos años hacia que no pasaba una navidad igual, echaba de menos la familia perdida, se acordaba de ella, también perdida, añoraba a la hija no conocida.

Hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, había participado activamente en la construcción de su vida ¿Por qué esa sensación de que el resultado no tenía nada que ver con él?

De pronto le asfixiaban tantos viajes, la magnífica y enorme casa, el apartamento en la playa, las fiestas, las tiendas de lujo…tanto acumulado. Era el momento de mirar al mundo, no desde la mente, sino desde el corazón.

Solo quería una casa perdida en las montañas, una chimenea en la que asar castañas…solo quería un tren de vuelta, de vuelta a la oportunidad perdida, al camino de enmendar el error,  desandar el sendero de la ausencia, deshacer esa despedida que le dejo un amargo vacio en el centro del pecho.


No deseaba otra cosa que escucharla, mirarla, tenerla siempre cerca, abrazarla, observar su sonrisa… de pronto, descubrió que no concebía la vida sin ellas.

¡Dios mío, seguía enamorado!






Toda mi obra puede ser entendida como una reflexión sobre el error. Sí, sobre el error como verdad instalada y por eso sospechosa, sobre el error como deturpación intencionada de hechos, sobre el error como ilusión de los sentidos y de la mente, pero también sobre el error como punto necesario para llegar al conocimiento. “Soy un grito de dolor e indignación”

José Saramago




Comentarios

  1. Una historia muy tierna, el recuerdo de años vividos hace que el lujo de vivir una vida de trabajo, vivir en buenas casas, hacer viajes no valían nada. Mas vale el añorar lo poco que tenías en el pasado. Si ella la vida no tenía sentido. Un abrazo

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  2. Un precioso y relato que lleva a la reflexión sobre lo que es realmente importante y no es precisamente la acumulación de bienes materiales, ahí es donde entra el concepto del error ya que hacernos consciente de él nos permite modificar y atender las verdaderas prioridades. Un gran abrazo Ana.

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