CITRICOS AL CAMINAR

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Solo quedan las ganas de llorar, como dice la canción, ¿Cómo no se pierde la fe?
Porque créeme, no quiero perderla, pero siento que en el momento menos esperado me fallaran las fuerzas, mis piernas se doblaran como gelatina y caeré ¿podré levantarme? No es una opción, es una obligación, no por mí, por ella, por ella me aguanto las ganas de llorar, mientras mi alma se ahoga en lágrimas.
Tengo que creer, que todo volverá a su sitio, la sonrisa a su boca, el brillo a sus ojos, las manos aletearan al sonido de la música y la alegría volverá a inundar la casa, y que la casa se quedara una vez más vacía, eso sería una bendición porque significaría que el fantasma que la habita ha desaparecido para dejarla de nuevo volar, surcar los cielos.
¿Daria mi vida si a cambio ella recuperara la suya? Si, rotundamente sí.
Ahora mientras duerme me puedo permitir un momento de flaqueza, mañana tendré que arrinconarla, en cuanto amanezca.
Escúchame porque no tengo a quien contar, o es que solo tengo silencios para compartir.
Háblame, necesito escuchar que todo saldrá bien, necesito oír lo que ya se, paciencia y tiempo, que el invierno pase y al pasar se lleve con él el hielo de su mente, gota a gota para formar un cantarín arroyo junto al que cuando llegue la primavera brote la calidez junto con el florecer de los almendros.
Explícame cómo actuar porque no sé, no tengo ni puta idea, solo estar ahí al lado sin perder los nervios, porque ¿sabes? A veces los pierdo y subo el tono, no es maldad ni enfado, solo olvido, se me olvida que no es la de antes, que está ausente.





Así hablaba como un rezo algunas noches Manuel, el que no creyó nunca en ningún Dios, intentando obtener respuestas que no llegarían, no maldecía, encontró a Lola cuando ya pensó que moriría sin haber conocido los cálidos y apasionados besos del amor, se enamoro de su belleza fuera de todos los cánones, un simple vestido en su delgado cuerpo parecía de alta costura, de su dulzura y determinación, de ese aire con olor a cítricos que la envolvía al caminar.

Cerró los ojos, las personas tan preocupadas por el deterioro físico, ellos no, aunque jamás pensó que el deterioro de la mente y el espíritu fuese tan devastador, el agotamiento, la apatía, los recuerdos tornándose  fantasmagóricos... Ante estos pensamientos solo podía vencerlos desenfundando las armas y cargarlas con balas de ilusión, entusiasmo y esfuerzo.
Ella fue un regalo inesperado que le devolvió la juventud perdida y el significado del verbo amar.



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