CUANDO LAS MANOS TIEMBLAN
Tenía que
pasar, se lo repetía bastantes veces, tanto tiempo disimulando que ya no distinguía
unos días de otros, que lo mismo su gato comía su sopa mientras ella percibía
demasiado tarde que su atún sabía a perros…mejor dicho a comida de gatos, que
se caía demasiadas veces y demasiadas veces ocultaba sus moratones, hasta que
ese descuido con la olla en el fuego colmó el vaso , y allí estaba dando
gracias y pidiendo perdón al mismo tiempo, a su vecina porque hubiese llegado en el momento justo de evitar la desgracia…, y no por
ella, que ya con más de ochenta para ser
exactos a medio camino de los noventa, y con una vida tan satisfactoria
que no temía abandonar, eso quizás hubiese
sido una suerte para ella, pero una fatalidad para las vidas que la rodeaban y
les quedaba tanto por danzar.
Y allí
estaba, añorando una casa en la que en los últimos años vivía sola, pero se
despertaba al amanecer, se preparaba el café y salía a la terraza para mirar de
que azul estaba el cielo y predecir si cogería el paraguas o su sombrerito para
protegerse del sol, segundo café y tijeras de podar en mano para arreglar los
tagetes, las petunias, las alegrías de la casa, los tomates cherry…una vez
arregladas le tocaba el turno a ella, se vestía primorosamente, bueno… algunos
días la camisa iba del revés, otros le tocaba a la falda, pero nunca a su sonrisa sincera y amplia, partía con su cesta a comprar el pan y el
periódico, saltando las esquelas para no suspirar por mas ausencias.
Volver a
casa y poner un mantel limpio, vajilla para dos, cubiertos para dos, vasos para
dos y en un jarrón agua con margaritas o anemonas según la estación, una corta
siesta, una tarde tranquila de lectura o un paseo hasta la galería de arte, y
llegaba la noche, ¡ay la noche! Se empezaba hacer larga.
Y ahora
estaba aquí, añorando esas tardes, esas
largas noches en silencio y oscuras, de luna y estrellas brillantes…aquí no hay
silencio, no hay oscuridad, no puede ver la luna ni las estrellas… ¡pobres
petunias! Intenta resignarse, y para ello piensa en la suerte que ha tenido de
vivir más de ochenta años en una casa bonita, de haber disfrutado del amor dos
veces, de esa amiga que más que amiga era la hija que siempre quiso tener, que
le hizo sentir el inmenso placer de ser abuela.
Toda esa
felicidad acumulada no le impedía estar de morros, contra todos ellos, con unos
por irse demasiado pronto, con otros por estar tan lejos, con ella por estar
tan torpe, con la vida que pasó tan rápido y ahora parecía estar a cámara
lenta, con sus manos temblorosas… ¿Cómo le decía aquella profesora que se cogía
el lápiz? … ¿entre el índice y el pulgar?...pero siempre la dejaba hacer a su
manera, porque sus manos ya no importaban, el lápiz cobraba vida sobre el
papel, y ahora estas mismas manos cortan las alas a la creatividad que bulle en
su mente como el vapor en una olla a presión.
Y si, aquí
estaba, sin querer codearse con los demás viejos, era injusto, lo sabía, nadie
tenía la culpa, tendría que hacer un esfuerzo, igual en otra habitación había
otra mujer, tan perdida como ella a la que le gustaría hablar de sus dalias en
la terraza y de su maravilloso nieto.
Sí, mañana lunes ¿o seria domingo? se
esforzaría, sonreiría… tendría que acordarse… ¿Qué flores ponía en invierno en
el jarrón? ¿Anemonas…?
“La memoria es
un trozo infinito, a veces se hace visible y grita, pero a veces se encierra en
su silencio.”
(Anónimo)
Precioso relato para una persona mayor. Un abrazo
ResponderEliminarGracias... pero no acierto con la redacción ni el tono... no se cuantas veces lo he corregido ya...Un abrazo.
EliminarUn relato conmovedor y emotivo...la memoria que con el paso del tiempo se va evaporando. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Marina. Un abrazo.
EliminarY es que cuando ya no queden recuerdos ya no quedará nada.
ResponderEliminarUn emotivo, triste y precioso relato que nos recuerda más que quienes somos, lo que somos.
Triste... esperemos que no se olviden los recuerdos. Un abrazo.
EliminarNo lo corrijas más; está perfecto.
ResponderEliminarGracias José, que mas quisiera yo que lo que escribo estuviera perfecto...;)
EliminarUn abrazo.
Está perfecto Ana, no necesitas corregir nada. Pero es tristísimo como inevitable. Un abrazo.
ResponderEliminarSomos un 99% memoria y solo un 1% ilusiones. Cada recuerdo que se pierde es una pequeña muerte. Destaco del texto ese tono rebelde, esa lucha mezclada con la resignación. Buen relato, Ana. Saludos!
ResponderEliminarHola Ana, al leerte me he emocionado, por unos momentos me ha parecido estar hablando de mi madre. Es un relato con mucha sensibilidad, con una voz intimista que refleja esa lucha por no perderse, por no dejarse llevar por la indiferencia a la vida, por la lucha por la memoria de lo que somos, por recuperar tu propia vida, la que amabas. Un relato emotivo y precioso Ana, enhorabuena.
ResponderEliminar