DIECISÉIS DE DIECISÉIS
Han pasado meses, sin pespuntear, sin hilvanar una sola
palabra, no siendo así con los sueños y metas que no han cesado, hilvanando
unas veces, otras deshilvanando para que la labor quede
perfecta o al menos bastante aceptable, vistosa. Meses intensos y fructíferos no desprovistos de esfuerzo y algunas
renuncias, con muchas dudas de si merecía la pena… y sí, mereció la pena regada de alegrías y como fruto satisfacciones.
Días de madrugar, y comer un triste bocadillo por el camino
porque hay que estirar las horas, de no escuchar la radio, de casi no poder
leer, de pocas amplias salidas que se sustituyen por breves instantes de ¿tomamos
un café?, y al final de la intensa
jornada una cerveza, menos mal que entre todo ese “no parar” están esas personas
maravillosas, unas ya conocidas y otras que fueron apareciendo aportando
frescura y entre todas dejando en estos meses una huella de sonrisas
compartidas.
Con la suerte siempre a mi lado, afianzando cada paso en el
que me preguntaba porque me tengo que embarcar siempre en algo nuevo y no me
planto de una puta vez (con perdón) en el mismo sitio rutinario y confortable.
Siempre me digo que esa estacionalidad la dejare para cuando sea mayor, de
momento seguiré acumulando años de juventud.
Ahora felizmente exhausta me quedan un par de meses por
delante que de seguro que me sabrán mejor que cualquier otro verano (alguna vez
lo he dicho ¡que me gusta a mí un verano!), sin alarmas, sin horarios, con un
desayuno sin prisas al sol en la playa o en el campo, con lecturas alternadas
con siestas bajo la higuera, estudiando francés a ratos, y escribiendo porque
escribir nace de esa necesidad de calmar las miserias pero también de ensalzar
las alegrías que emanan de lo más profundo del alma, y no serán días de
contabilizar beneficios o perdidas.
En definitiva: ¡lo normal!
Ahora ¡que empiece el verano!
DISFRUTADLO.
DISFRUTADLO.
Como dijo Oscar Wilde, la vida es simplemente un mal cuarto
de hora formado por momentos exquisitos.
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