(I M) P A C I E N C I A
De niña le
provocaba temor la oscuridad, en la vejez la oscuridad cedió su puesto a la
soledad.
Dejó su
infancia una tarde fresca de verano debajo de la higuera, o quizás fue en el
patio del instituto, mientras sentada miraba como la chica más guapa saltaba a
la comba, la más lista repasaba para el examen, la más graciosa contaba
anécdotas, toda su infancia fue un punto de comparación, en la que ella era el
menos, el tiempo le enseño que no hay que comparar a las personas, solo
encontrar la diferencia que mejor les va, pero eso fue con el tiempo…mientras su
infancia fue acosada por la impaciencia, y esas lagrimas que resbalaron sentada
en un banco del parque una cálida tarde de otoño arrastraron la niñez con
ellas.
La impaciencia,
la metió de un empujón en el tren de la adolescencia, al mirar atrás vio a la
niña que fue correr por el andén, resistiéndose a abandonar el viaje, el tren
aligeró la marcha y ella no volvió a mirar hacia atrás.
Otro empujón
no sabe si por la impaciencia o por la falsa verdad de que a unos años vista se
encontraba la felicidad, la metió en la juventud y fue perdiendo primero la i,
luego la m, para encontrar la paciencia, la que le permitiría saborear el único
tesoro que poseemos: el tiempo.
Y encontró
su diferencia, la que mejor le sentaba, y en la oscuridad ponía velas o se
deleitaba contemplando las estrellas, y descubrió que no es su soledad la que
pesaba más, sino la suya, verlo tan solo en su compañía, tan ausente, intento
mentirse (a veces nos gusta mentir(nos) y sobre todo creérnoslo), aceptar que
no pasaba nada, él era su mejor diferencia, la que mejor le iba, pero no, al
final siempre llega el momento del “no puedo más”
Hay cosas
que dejas atrás, momento que se quedan anclados a merced del polvo del tiempo y
de pronto una tontería, una melodía que suena a lo lejos, un par de
adolescentes que comparten bocadillo en un banco del parque, tienden un eslabón,
y luego otro, y otro…hasta formar una cadena que te une a esos recuerdos,
desempolvándolos hasta que desaparezcan una vez más.
Y se
pregunta si se cruzase con la niña que dejo corriendo en el andén ¿la
reconocería? ¿Se llevarían bien?
Más a pesar
del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...
(Rubén Darío)
Impacientes somos todos, malditos impacientes. Pero la vida es corta. No nos da tregua.
ResponderEliminarMuy bonito. Un abrazo