PINCELADAS III
Amaneció un día
de intenso sol, normal en este mes, aunque parecía que el calor iba a dar una tregua, sentada en el porche se
disponía a desayunar, para ella era la
comida más especial del día, una buena taza de café, a veces dos, y cuando le
sobraba tiempo un mini de jamón o queso con tomate natural y aceite de oliva,
otros se daba el capricho de unos crepes con dulce de leche, la radio puesta y
su cuaderno donde anotar los primeros pensamientos del día.
Su primer
pensamiento fue que por fin parecían esfumarse las pequeñas maldades con los
que se empeña en sorprenderte la vida, y que la batalla a los miedos estaba
finalizando, sin vencidos ni vencedores, pero con el triunfo de nada es tan
malo como parece, que el mundo no es un lugar seguro pero es el único que
conocemos y la vida no siempre es justa, además es frágil, disparatada,
caprichosa y puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Encontrar la seguridad
y la diversión depende de cada uno.
Segundo café
y segundo pensamiento, sabía que tenía dos opciones, y que andaba perdida por
el camino de la indecisión, un camino traicionero, era consciente de ello, en
el que podía deambular durante días y
acabar en un intrincado laberinto de argumentos en favor, en contra y en
infinitas posibilidades.
Cerró el
cuaderno, iría a nadar, nadar le provocaba mil sensaciones, el cuerpo bailando con el agua, el silencio
alrededor, el verde de los árboles en armonía con el intenso azul, jugar con la
respiración, serenidad al sentir la ingravidez y el dulce cansancio al
terminar.
“Tengo la profunda convicción de que
nadie debe esperar ni siquiera el Fin del Mundo sin un buen desayuno.”
(R. Heinlein)
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