HILVANANDO



Temprano, demasiado, después de un par de cafés bien calientes con los que cualquier ser humano se quemaría la lengua, con la mochila cargada, portátil, un libro, un cuaderno, útiles de maquillaje, bocadillo, pinturas… demasiado peso, demasiado sueño, demasiados sueños,  sube a la bicicleta que pedaleo tras pedaleo, soplo tras soplo de aire fresco la va introduciendo en el mundo real, cruzándose con caras conocidas que entrecruzan una sonrisa, otras desconocidas, distintas muecas que dejan entrever unas el fastidio y otras el deleite de empezar el día, sombras que parecen dirigirse a un destino infausto, otras afortunadas a sabiendas que el viento sopla a su favor e izan las velas para dejarse llevar. 

Cargada de resguardos, porque la vida tiene su burocracia, unos en forma de cicatriz por esos momentos desastrosos, otros en forma de arruga por los momentos felices, una melena plateada por las preocupaciones.

Rumiando verdades, que la verdad nos ilumina dicen, no siempre, a veces es árida y hay que dulcificarla con un poco de ficción para que encaje con nuestra idea preconcebida, para encajar historias que nos ayuden a sobrevivir. Así entre verdades, medias verdades y alguna que otra mentira tejemos dos caracteres, el que perciben los conocidos y no tan conocidos, y el propio e intimo, a veces tan semejantes, a veces tan diferentes.

Pensando, pensar a veces estorba, no pensar en lo que deja atrás, elecciones y renuncias, una elección conlleva una o más renuncias, porque la vida como una cebolla tiene sus capas, de certezas,  de incertidumbres. Hace tiempo su optimismo le impuso una norma: no lamentarse demasiado por las que no resultaron adecuadas y celebrar efusivamente las acertadas. Deberíamos tener otra vida para llenarla con todas las renuncias y recoger los frutos de lo aprendido en esta.

Desconociendo, el cómo y el cuándo, en que café intrascendente nació esa decisión trascendente, esa que pone un punto  final y abre comillas. No es que de paso a un suceso excepcional, reconozcámoslo la mayoría de los humanos no cuentan con sucesos grandilocuentes sino con sucesos rutinarios que así aisladamente son minucias, como un grano de arena, no ves la playa, tan solo al amalgamarlos adquieren el carácter de extraordinarios. Se unen como fotogramas de una película que te muestran una vida tranquila y agradable construida a base de rutinas y tazas de café.

Improvisando, sin percibir que la espontaneidad puede ser muy peligrosa y la intuición fallida, tomando decisiones en el escenario de la vida con total ausencia del pánico escénico, como si tuviese asegurado el aplauso final.

Alardeando de fortaleza, las personas que somos fuertes por suerte o puede que mas bien por desgracia soportamos las adversidades sin desfallecer, lo que no significa que duelan menos, duelen, mucho, aunque no lo exterioricemos. El débil provoca ternura y compasión y nos sentimos obligados a  prestarle ayuda mientras escondemos nuestra angustia, no vemos justo ni tenemos derecho a sumarle a su dolor nuestro dolor, a veces esto cansa, mucho. Queremos gritar, hay que gritar en el momento adecuado, porque se nos atraganta, se hace bola y el corazón va generando vapores como si fuera una olla a presión, al abrirlo te abrasa y abrasas a los que te rodean con tanto sentir guardado.



En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible. (Albert Camus)


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