ISTMO
Eran las 7’13 de la mañana de un jueves, en quince minutos
empezaría la rutina diaria de esa vida serena por la que transitaba, consciente
de lo que era y pensando en todo lo que podría haber sido…café solo, aceite de
oliva en el pan de centeno que compraba día sí, día no, al panadero que
aparcaba su furgoneta en lo alto de su calle puntualmente todos los días, hacÍa
sonar el claxon y en pocos minutos se congregaran a su alrededor un puñado de
vecinos para abastecerse e intercambiar unos buenos días e impresiones. Un
largo paseo, iría a nadar y luego volvería a casa a su acogedor porche, a
escribir a ratos, a trabajar muchos otros.
Dicen que las rutinas acaban con la inteligencia porque el
que hace todos los días de su vida lo mismo no necesita pensar ni improvisar,
solo dejarse llevar.
Aquella mañana de jueves que podría haber sido de lunes en
una edad que no se es joven ni vieja, tan reciente y lejana, que la visito esa
pregunta ¿Cómo se cambia el ahora? Zancada-zancada, sus pies dejando una
profunda huella sobre la fina arena. Zancada-zancada, el corazón retumbándole en
la garganta. Dime, ¿Cómo se da un vuelco al presente cuando te ha ido endulzando
y envenenando con lo que no querías? Zancada-zancada, el cielo salpicado de
naranjas sobre su cabeza, el mar tan azul y tan desierto bajo sus pies, parecía
estar pisoteando la parte desagradable de la vida.
Que extraños
se le hacían los recuerdos que la débil e infiel memoria le proporcionaba haciéndola
disfrutar de una felicidad de la que no fue consciente.
Aquella mañana de jueves que podría haber sido martes
rememorando aquella humilde zambomba flamenca que si la silenciabas parecía un
conjunto de personas con una vida asquerosa en todos los sentidos, sueldo
misero, casas infames, rostros arrugados, barcos de pesca desvencijados y a
pesar de todo esas personas son felices porque su canto dice, que bien que
estamos todos juntos, compartiendo lo que tienen, dejando a un lado la
parte desagradable de la vida que puede
que sea de otra manera para otro prójimo, puede que el secreto este en no
compararse.
Aquella mañana de jueves que podría haber sido miércoles y
el cielo estaba perfecto para sentirse triste, la tristeza puede llegar a ser
todo un lujo emocional, cuando es un sentimiento sereno y pausado, no aquella
cargada de un dolor tan agudo que se queda atravesado en la garganta como si te
hubieses tragado un sapo, no eso no es tristeza ni melancolía solo
desesperación y furia.
Aquella mañana de jueves istmo de fin de semana para mirar el
mar, escuchar en podcast programas de radio que el quehacer de la semana no le
permitían, leer, hacer un pastel, un poco de conversación, conducir …dejarse
llevar por la vida sin controlar nada. Tres días en la que la madurez retrocede
para que la adolescente gane terreno a la realidad con los sueños pendientes.
“¡Que importa si cumplo veinte, cuarenta o sesenta!
Lo que importa es la edad que siento.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuantos años tengo? ¡eso que importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento”
José Saramago.
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